Habitar el vacío
- hfiacovino6
- 18 may 2021
- 4 Min. de lectura
2018.
Muestra de Marcela Luna
Texto de Ezequiel Montero Swinnen
“Oye, hijo mío, el silencio. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes hacia el suelo”. Federico García Lorca.
“Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa, y es el vacío lo que permite habitarla”. Tao Te King.
Me gusta pensar esta muestra como una posibilidad -más o menos real- de anidar en el presente atemporal. Puro espacio que todo lo contiene y permite que todos los tiempos imaginados puedan coexistir, cuánticamente, en lógicas cada vez más abiertas y creativas.
Cielos y mares, ambas experiencias de contacto con el infinito, nos abren puertas que conducen a viajes arquetípicos, reconectándonos con capas profundas, propias y originales. Entre los mundos sutiles y los telúricos se nos revela una oscura caverna, con muros duplicados suspendidos en el aire. Perdidos, ladrillo tras ladrillo, podemos quedar atrapados develando vestigios de otros tiempos, encantados con la ilusión de la imagen proyectada, fascinados como niños con el olor a humedad de la cueva que nos contiene, ese gran vientre de ballena o de madre.
Las obras nos invitan a sorprendernos ante el hechizo de la luna, como si fuese otra vez la primera vez, y así poder ver en su espejo de luz cíclico, incompleto, inacabado, nuestro propio reflejo. Nos invitan a bailar al borde de nuestro propio abismo, a disfrutar de la danza alrededor de las hendijas, a espiar como detectives a través de palabras mágicas que aparecen de pronto. Iluminando con linternas retazos de huellas íntimas, podemos perder los límites del día en la fascinación nocturna.
La imagen parece funcionar siempre como pliegue: algo muestra y algo esconde. Una parte de la imagen da paso al movimiento y a la expansión y otra, se repliega generando la sensación de pausa y suspensión: algo ha quedado por contar y aún no ha sido contado. Se evidencia el peso de la historia acumulado en el instante. ¿Dónde guardar todo lo que ya no somos y que aún sigue estando aquí? ¿qué hacemos con todas las huellas de caminos trazados que se sienten todavía en nuestras espaldas y, tantas veces, delante de nuestros pies?
La tensión entre anidar y crecer, entre cuidar y expandir, entre esconder y revelar, puede ser el motor para encontrar nuevas síntesis en nosotros. Somos vectores que arrastran contenidos como rizomas, creando mosaicos, tapices compuestos por pequeños fragmentos entreverados, conectando pasados y futuros de formas diferentes cada vez. Mientras viajamos nos vamos des-cubriendo, re-conociendo, reactualizando.
Vamos recolectando pedacitos de quiénes somos a través de nuestro caminar. Somos siempre en movimiento y, lo que nos falta, es el combustible perfecto para seguir caminando; el deseo de encontrarlo, es el mecanismo que mantiene encendida nuestra marcha.
Intuyo que Luna tiene una obsesión por hacernos recordar, por ayudarnos a reconectar con nuestras brújulas interiores. En el camino, vamos alineándonos con el propio cosmos, haciendo rapport con nosotros mismos. Se nos abre la posibilidad de recorrer laberintos que apuntan hacia el propio fuego, permitiendo que el misterio de los secretos -que se cuentan en sigilos- nos atraviesen. A partir de sus imágenes podemos ir alumbrando, poco a poco, la penumbra de los huecos de todas las cicatrices que llevamos como prendas por las calles. Reconociendo las propias heridas como vasos comunicantes, rompiendo la ilusión de la separación, diluyendo fronteras, nos vamos encontrando.
Las obras nos invitan a reafirmar nuestra esencia móvil, a observar que nos estamos gestando incesantemente, en un proceso tan poderoso como frágil. Volvemos a nacer una y otra vez, y todo se regenera continuamente. Para que la vida siga, es importante aceptar el vacío desde el que emergen todas las formas y habilitar también la muerte: la detención necesaria que renueva a cada paso la fuerza del movimiento.
Hogar no es contenido, hogar es siempre puro contexto. Allí, en ese espacio interior, en esa arquitectura vacía que se abre y se reconoce, todo está esperando a ser contado, nuevamente. Una parte de lo que fue, todavía es, ahora; una parte de lo que será, ya es, ahora. Quizás todo quepa en este presente infinito. Quizás en este presente, también quepa toda la historia. Pero no es lo mismo si esa historia se comparte y de eso se trata también esta muestra: abrir el corazón, regalar experiencia, seducir a través del juego, contemplar juntos nuestro peso y reconectar con nuestra levedad, alinearnos con el misterio de la percepción, reflexionar acerca de nuestra condición humana.
En el viaje, vamos soltando y nos vamos haciendo un poquito más simples y más humanos. Y nos aliviamos al ir abrazando las ausencias que van quedando. Nos arrojamos a vivir el vértigo que sobreviene al ocupar el lado vacío de la cama. Y la historia continúa, siempre continúa. Contada tal vez de formas diferentes. Quizás, nuestra más honda identidad tenga que ver con esos vacíos, con esos silencios llenos de historia que le dan profundo sentido a toda nuestra vida. Y habitarlos, darle luz y reverencia, siempre construye puentes sólidos hacia nosotros mismos.
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